jueves, 25 de diciembre de 2014

La estrella de Navidad


La noche del 17 de diciembre de 1603, el astrónomo Kepler se hallaba sentado en el Hrasdchin de Praga observando la conjunción de dos planetas -Saturno y Júpiter- que se producía en la constelación de los Peces. Mientras se afanaba por calcular sus posiciones, Kepler dio con un escrito del rabino Abarbanel en el que se afirmaba que el nacimiento del Mesías debía producirse precisamente en esas circunstancias cósmicas.

Dado que era cristiano, este dato llamó la atención de Kepler, que no pudo dejar de preguntarse si el nacimiento de Jesús habría tenido lugar en una fecha en que se hubiera producido un fenómeno astronómico similar. Realizando sus cálculos, Kepler descubrió que una conjunción semejante se había dado entre los años 7 y 6 a. de C., lo que le llevó a percatarse de que esa fecha encajaba a la perfección con los datos proporcionados por el Evangelio de Mateo, ya que en este texto -el primero del Nuevo Testamento- se dice, efectivamente, que Jesús nació cuando aún reinaba Herodes el Grande, un monarca que falleció el 4 a. de C.

Aún más exacto que Kepler fue el erudito alemán P. Schnabel, que en el año 1925 descifró unos escritos unos escritos cuneiformes de la escuela de astrología de Sippar, en Babilonia, en los que se hacía referencia a la mencionada conjunción en el año 7 a. de C., y se indicaba que Júpiter y Saturno habían sido visibles durante un período de cinco meses. Efectivamente, hacia el final de febrero del año 7 a. de C. atravesaba el firmamento la citada constelación. El 12 de abril ambos planetas efectuaron su orto helíaco a una distacia de 8 grados de longitud en la constelación de los Peces. El 29 de mayo se vio durante dos horas la primera aproximación. La segunda conjunción tuvo lugar el 3 de octubre, el día del Yon Kippur judío o fiesta de la expiación, y finalmente el 4 de diciembre apareció por tercera y última vez. 

Fue esta conjunción la vista por los magos, que no reyes, de los que habla el evangelio de Mateo. Unos personajes que no practicaban las artes ocultas, sino que pertenecían a la tribu meda del mismo nombre, ya mencionada por Heródoto, y que al parecer contaban con conocimientos astronómicos. Una vez más los datos encajaban con lo relatado por el evangelio de Mateo, e incluso explicarían la manera en que los magos pudieron ver la estrella y seguirla durante meses hasta llegar a Palestina. La misma se habría aparecido en diversas ocasiones: la primera llamando su atención y la última indicándoles dónde estaba el niño que había nacido y sería el mesías. De esa manera, por lo tanto, Jesús habría nacido en mayo u octubre del 7 a. de C., más verosímil en la primera fecha, y como señala el primer libro del Nuevo Testamento, su nacimiento había venido acompañado de la visión de un fenómeno astronómico en el cielo rastreado por unos magos. 



Hoy quien se dirige a ustedes realiza el último programa de este año y desea recordarles que estamos en la época de navidad. No lo hace por cuenta de unos grandes almacenes, ni para traerles a la cabeza que en nochebuena habrá que cenar con los cuñados a pesar de que el resto del año se huya de ellos como de la peste. Tampoco pretende incitarlos al consumo o a la borrachera que, lamentablemente, caracterizan no pocas veces estas fiestas. Lo hace porque la Navidad nos permite recordar a alguien que derramó, derrama y derramará una luz muy superior a la del fenómeno astral que contemplaron hace más de dos mil años unos magos. 

La Historia de la humanidad sería totalmente distinta si Jesús no hubiera venido al mundo. Nuestra sociedad padecería los males típicos de la por otros conceptos magnífica cultura clásica. La esclavitud, por ejemplo, seguiría siendo algo normal e incluso obligado porque, como señaló Aristóteles, "algunos hombres nacen para ser esclavos". Las mujeres continuarían casándose a los doce años, el límite de edad establecido en la Ley de las Doce Tablas, en matrimonios concertados, y sufrirían una tasa de mortalidad superior, a la que en la actualidad se da en las naciones más atrasadas del Tercer Mundo. Los niños podrían ser abandonados por sus padres en el mismo momento de nacer si así convenía a la economía doméstica, y la verdad es que casi siempre le convenía cuando se trataba de la segunda niña. Los enfermos se verían abandonados en las cunetas por los propios familiares para facilitar su muerte rápida y evitar el contagio. Y los ancianos no pocas veces recibirían alguna forma de eutanasia. Incluso en el seno del pueblo de Israel no sólo los ultraortodoxos, sino todos, seguirían rezando por las mañanas una fórmula que afirma: "Te doy gracias, señor, por no ser animal, ni mujer, ni gentil", marcando un muro de separación entre judíos y gentiles que sólo el cristianismo logró derribar. 



Entendámonos: si Jesús no hubiera nacido seguramente seguiríamos teniendo elecciones y se construirían calzadas como en la antigua Roma, pero en medio de la tristeza típica de los clásicos, sólo cambio porque nació Jesús. Y todo ello en el supuesto de que Roma hubiera resistido a los bárbaros, porque si Godos o Hunos hubieran prevalecido arrasando el Imperio, nada nos habría llegado de la cultura clásica salvada por el cristianismo. 

Tampoco habríamos conocido la fundación de la Universidad, ni mucho menos los grandes aportes de la Reforma, como una cultura bíblica del trabajo, la revolución científica del siglo XVI, la doctrina contemporánea de los Derechos Humanos, la alfabetización generalizada, la erradicación de la mentira y el hurto como pecados veniales, o la democracia moderna. Nada de eso hubiéramos tenido si Jesús no hubiera nacido. Y la prueba está en como brilla por su ausencia, en mayor o menor medida, cualquiera de estos fenómenos en aquellos lugares donde no se escuchó el mensaje del Evangelio. 

Por añadidura, por encima de todos esos logros innegables vinculados al Cristianismo, millones de personas no habrían sabido a lo largo de estos dos milenios lo que es la paz de corazón, ni conocido la esperanza en medio de las dificultades, ni disfrutado de la confianza serena en la vida tras la muerte, ni experimentado el gozo del perdón, que no deriva de rituales y ceremonias, sino solo del abrazo gratuito de Dios y que únicamente puede ser recibido mediante la fe. 

Jesús ha sido la luz que lo ha hecho posible para millones de seres humanos a lo largo de dos milenios. Lo que hoy pretendo dejarles no es un simple recuerdo histórico, se trata más bien de una reflexión y una invitación. Las dirijo ambas a todos aquellos que nos escuchan, los que no tienen voz, a los ancianos, a los enfermos, a los huérfanos, a los deprimidos, a los que están solos, a todos los que carecen de un empleo digno, a los que sufren, a los que no disponen de una persona que los escuche, a los que no ven futuro, a los que miran en torno suyo sin encontrar un rostro amigo, a los que lloran, a todos ellos y a muchos más quiero recordarles que la paz, la esperanza, la confianza, el perdón, todo eso y más, se halla a disposición de todos aquellos que abren sus corazones, a Jesús a pesar de la crisis económicas, las desastrosas castas que padecemos, o de la inseguridad relacionada con el futuro. 

A todos ellos los invito a alegrarse, junto con el resto de nuestros oyentes, aunque parezca que no hay motivos. En realidad los hay de sobra, siquiera porque en 2014 podemos darle gracias a Dios porque hace más de dos mil años nació Jesús y su luz ilumina al mundo sumido en las peores negruras. Ahora mismo, en este mismo instante, está llamándoles para que acepte su reconciliación y su abrazo de amor. No dejen pasar un solo día más para hacerlo. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

De la República al Imperio

La república romana 
La República como forma de gobierno se man­tuvo en Roma durante medio milenio, desde finales del siglo VI hasta el siglo I a. de C. Du­rante este periodo Roma se extendió primero por toda Italia y después por el Mediterráneo. Al mismo tiempo consolidó sus estructuras so­ciales y económicas más significativas: el paso de una sociedad rural a una sociedad funda­mentalmente urbana, la creación de normas de derecho aplicables a todos los ciudadanos y el desarrollo de una cultura que se extendería por todo el Occidente. 

La República romana se ha definido como “aristocrática”. Esto es así porque sólo un grupo social minoritario, los patricios, tenían acceso al gobierno. Las principales instituciones republicanas eran: 

Las magistraturas. Al desaparecer la monarquía, el poder del rey quedó repartido entre una serie de cargos públicos, los magistrados. Las principales características de las magistraturas eran las siguientes:
  • Gratuidad. No se cobraba por ejercerlas y se desempeñaban a título honorífico.
  • Progresividad. Para llegar a ser cónsul, cargo de poder máximo, había que desempeñar antes las magistraturas inferiores. La carrera política se denominaba cursus honorum
  • Colegialidad: eran desempeñadas a la vez por al menos dos titulares (colegas).
  • Anualidad: La mayoría de las magistraturas duraban un año.
  • Potestas e imperium: Todos los magistrados tenían una serie de poderes, la potestas. Los magistrados más importantes (cónsules, pretores y dictadores) ostentaban también el imperium, derecho de vida y muerte sobre las personas y supremo poder militar. Los magistrados cum imperio iban acompañados por los lictores, escolta personal, que portaban los fasces (haces de varas con un hacha en medio). 

El senado. Era el órgano político con más poder después de los cónsules. Al principio el número de senadores era de 300. Sus atribuciones eran muy amplias: asesoran a los magistrados y ratifican las decisiones del pueblo; controlan el erario público, la política exterior y los asuntos judiciales que tienen que ver con Italia. También decidían sobre la paz y la guerra.
Recreación del Senado de la república romana en un cuadro del siglo XIX
que representa a Cicerón 
Las asambleas populares o comicios, reuniones de los ciudadanos para decidir determinados asuntos. Aprobaban las leyes y elegían a los magistrados. 



Desde los principios de la república, los plebeyos quedaron excluidos del senado o las magistraturas. Eso les llevó a luchar para obtener derechos iguales a los de los patricios. La amenaza por parte de los plebeyos de abandonar la ciudad de Roma llevó al senado a concederles unos magistrados especiales, los tribunos de la plebe, encargados de defender los derechos de los plebeyos. Posteriormente conseguirían que se les autorizase a desempeñar cargos públicos o que se permitiera el matrimonio entre plebeyos y patricios. A medida que la república romana extendía sus territorios, y aumentaba su poder, algunos plebeyos fueron enriqueciéndose y llegaron a compartir el poder con los patricios. Estos plebeyos eran denominados equites o “caballeros”.

La conquista de Italia.  
Después de haber superado sus conflictos in­ternos, Roma pudo emprender la conquista de toda Italia. Este proceso tuvo tres fases principales. 
  • Desde los tiempos de la monarquía, Roma había establecido una alianza con otras ciudades del Lacio, la Liga Latina. El aumento del poder de Roma la elevó a una posición hegemónica entre las ciudades que conformaban la alianza, que trataron de librarse de su dominio. El resultado fue la Guerra Latina (343-338 a. C.) de la que Roma salió como vencedora. A partir de ese momento las ciudades latinas fueron convertidas en municipiae y pasaron a estar controladas por Roma. 
La conquista de la península Italiana por parte de Roma
  • Tras conseguir dominar el Lacio, los siguientes 50 años Roma libró tres guerras contra los samnitas, un pueblo de rudos y guerreros montañeses instalados al sur de Roma. A pesar de la grave derrota sufrida en la batalla de las Horcas Caudinas (321 a. de C.), tras la que el derrotado ejército romano fue humillado a pasar bajo el yugo de las lanzas samnitas, el enfrentamiento terminó con la victoria de Roma en el 290 a.C. 
El episodio de las Horcas Caudinas por Charles Gleyre
  • Vencidos los samnitas, Roma continuó su avance hacia el sur, que culminó con la conquista de la Magna Grecia, colonia grie­ga en el sur de la península. con lo que Roma dominaba ya toda Italia (264 a. de C.). 

La conquista del Mediterráneo occidental 
Terminada la conquista de la península, Roma inicia su expansión por el Mediterráneo, cuyo primer episodio fueron las tres guerras púnicas que los romanos mantuvieron con los cartagineses.
  • La Primera Guerra Púnica (264-241 a. de C.) permitió a Roma apoderarse de Sicilia (260) y de Córcega y Cerdeña (241).
Las Guerras Púnicas según el videojuego de "Imperium"
  • La Segunda Guerra Púnica (218-201 a. de C.) fue motivada por el ataque del general carta­ginés Aníbal a Sagunto, ciudad de la península ibérica aliada de Roma. Aníbal avanzó contra Roma con un ejército de 40.000 hombres y una comitiva de elefantes, cruzó los Alpes y derro­tó a los romanos en Cannas (216). Tras estas derrotas, Roma se recuperó y logró derrotar a As­drúbal, hermano de Aníbal, en el río Metauro (207) cuando acudía con refuerzos. Poste­riormente, Escipión el Africano expulsó a los cartagineses de la península ibérica y los ven­ció en África, en la batalla de Zama (202). De este modo los romanos iniciaron la conquista de la península ibérica, que pasó a formar par­te del Imperio con el nombre de Hispania. 
La batalla de Cannas, extracto del documental "Annibal,
el peor enemigo de Roma". 

Principales batallas de la Segunda Guerra Púnica
  • La Tercera Guerra Púnica (149-146 a. de C.) se inició con el ataque de los cartagineses a Masinisa, rey de Numidia y aliado de Roma. Cartago fue asediada y destruida por Escipión Emiliano el año 146 a. de C., convirtiéndose en provincia romana de África. 

La conquista del Mediterráneo oriental 
En el transcurso del siglo II a. de C. Roma completaría su dominio sobre el Mediterráneo. 

La alianza entre Filipo V de Macedonia y Aní­bal, durante la Segunda Guerra Púnica, sirvió a Roma como pretexto para atacar a los ma­cedonios, que fueron derrotados en Cinoscé­falos (197) y Pidna (168), con lo que Mace­donia se convirtió en provincia romana. Gre­cia, bajo el poder de Macedonia, fue incor­porada a Roma en el año 146. En el año 133, Atalo III, rey de Pérgamo, legó su reino a Roma, para terminar con una falsa indepen­dencia, convirtiéndose en provincia asiática del Imperio. En el año 123, Roma conquistó las Baleares y en el 122, la Galia Cisalpina y la Galia meridional.


A comienzos del siglo I a. de C., el Mediterrá­neo era un mar romano (Mare Nostrum) y aunque se produje­ron algunas rebeliones en las provincias, no triunfaron. Esto proporcionó a Roma el control de una inmensa riqueza que explotaba en su beneficio, como tierras de cultivos y minas de oro, plata y otros metales, así como el incremento del número de esclavos para explotar esas minas y tierras gracias a las guerras y a las conquistas. Roma también recibía cuantiosos tributos que debían pagar las ciudades y provincias conquistadas. Todo esto trajo consigo el aumento de poder de los generales victoriosos, que acumularon no sólo gran influencia, sino grandes riquezas debidas al saqueo y a la corrupción.

La crisis de la república 
Roma creció y se enriqueció con las conquis­tas, los botines de guerra y los tributos que de­bían pagar las provincias y las ciudades aliadas. Pero las instituciones republicanas, creadas para administrar una ciudad de reducida extensión, eran poco aptas para controlar un territorio tan extenso como el que dominaba Roma. Sólo los habitantes de Roma y de algunas ciu­dades aliadas gozaban del derecho de ciudadanía. Además, la distribución de la riqueza y de los derechos políticos no se realizó de forma equi­tativa, lo que originó importantes movimientos de protesta. 

Por otra parte, los patricios y los ple­beyos ricos eran los únicos que tenían acceso a las magistraturas, a los cargos públicos de go­bierno. El conjunto del pueblo romano sólo te­nía derecho a reunirse en asambleas o comi­cios, convocados por un magistrado. Esta si­tuación originó protestas y levantamientos de los plebeyos 

Al mismo tiempo la esclavitud fue aumentan­do, a causa de la mayor riqueza de los ciudadanos y del Estado, y se produjeron importan­tes revueltas de esclavos, como la Espartaco (73-71 a. de C.), que fueron dura­mente reprimidas. 

Conquistas de Pompeyo (azul) y Julio César (amarillo)
La situación de descontento y falta de control político favoreció la forma­ción, en el año 60 a. de C., de un primer triun­virato, un gobierno formado por tres generales: Pompeyo, Craso y César, sin el apoyo del Senado. El triunvirato duró poco. Craso murió (53 a. de C.) en la guerra de Siria, mientras César lle­vaba a cabo la campaña de la Galia, situación que aprovechó Pompeyo para nombrarse cón­sul único. Julio César reunió sus ejércitos y avanzó hacia Roma dispuesto a enfrentarse con Pompeyo: el 10 de enero del año 49 a. de C. cruzó el Rubicón, el río que servía de frontera entre Roma y la Galia, en un gesto que significaba una declaración de guerra. Pompeyo huyó a Egipto donde murió asesinado. 

Cesar ocupó Roma y asumió la dictadura per­petra comportándose como un auténtico monarca hasta que fue asesinado por un grupo de senadores, unidos en torno a Marco Junio Bruto y Cayo Casio, el 15 de marzo del 44 a. de C. 

Muerte de César (1798) por Vincenzo Camuccini. Julio César recibió más de
20 puñaladas ya que todos los conspiradores debían mancharse las manos
con su sangre, pero sólo una sería mortal: la que le asestó su hijo adoptivo
Bruto en la espalda y que le atravesó el corazón. 
Tras su muerte se formó el segundo triunvira­to, integrado por Marco Antonio, Octavio y Lépido, en el año 43. Tras vencer a los repu­blicanos (Bruto y Casio) en la batalla de Fili­pos (43 a. de C.) se dispusieron a aplicar la política dictatorial de César, pero Lépido abandonó las tareas de gobierno en el año 36 a. de C. y Octavio venció a Marco Antonio y a Cleopatra, su aliada y reina de Egipto, en la batalla de Actium (31 a. de C.). Egipto se convirtió en provincia romana y Octavio, so­brino e hijo adoptivo de Julio César, pasó a gobernar Roma con el apoyo del Senado, bajo el nombre de Augusto y con el título de Emperador, dando así comienzo una nueva etapa en la historia de Roma: el Imperio.

La Pax romana. 
En el año 27 a. de C. Octavio se convirtió en el primer emperador de Roma, con el nombre de Augusto. Augusto se hizo nombrar prínci­pe, reuniendo en su persona todos los poderes:
  • el imperium consular o jefatura suprema del ejército;
  • el poder tribunicio, o derecho a presidir el Senado y ejercer el veto
  • el pontificado o dirección de la religión ofi­cial romana.
La tarea más importante de Augusto fue lograr la paz en todo el Imperio, para lo cual reorganizó algunas provincias (como Galia o His­pania), reforzó las fronteras de otras, para evi­tar el acoso de los pueblos bárbaros (fronteras del Danubio) e hizo la paz con los partos. La misma tarea pacificadora se aplicó a Italia, con medidas como la represión del bandolerismo y la aplicación de una ley igualitaria de tributos. De este modo, Augusto consiguió una paz que se prolongaría casi ininterrumpidamente du­rante dos siglos (la pax romana) y un desarro­llo cultural extraordinario.

El emperador Augusto
Durante los dos siglos que siguieron al reinado de Augusto (siglos I y II de nuestra era) el Imperio romano vivió su mayor esplendor, tanto desde el punto de vista económico como cultural. La larga paz de que disfrutó el Imperio contribuyó en gran medida a ello: se podía viajar sin ningún problema de un extremo a otro del Imperio, desde Egipto hasta Britania, el comercio no hallaba obstáculos, se multipli­caron las obras públicas y en las provincias se desarrollaron ciudades florecientes a imagen de Roma. Las provincias, sobre todo, se beneficiaron de la llegada al poder de empera­dores nacidos en ellas, como Nerva, Trajano y Adriano, de Hispania, o Antonino, de Galia. 

Detalle del Ara Pacis Augustae, altar construido por el Senado como
agradecimiento a Augusto por sus victorias en la Galia e Hispania y
la consecuente paz que trajo con ellas. 
El mandato de Marco Aurelio (161-180) sig­nificó el final de la paz. En el 167 varias tribus bárbaras cruzaron las fronteras del Rin y del Danubio, empujadas por una oleada de pue­blos godos de la Europa central, atravesaron los Alpes e invadieron la península italiana. Marco Aurelio rompió el principio de adop­ción: en vez de adoptar como hijo a aquél que considerase más idóneo para gobernar el Imperio, nombro heredero en su hijo Cómodo (180-192), quien además ejerció el poder de forma despótica, provocando la rebelión del 192 y la toma del poder por el ejército, que a partir de ese momento se encargó de nombrar y derrocar a los emperadores.
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  • ¿Quiénes eran los “equites”? ¿Qué privilegios concedía el ostentar el poder del “imperium”? 
  • ¿Cómo consiguieron los plebeyos que se instaurara la magistratura del Tribuno de la Plebe?
  • Describe las principales instituciones republicanas. 
  • Según el documental sobre la batalla de Cannas, ¿cuántas bajas sufrió el ejército romano? ¿En qué batalla se produjo la derrota definitiva de Aníbal? 
  • ¿Cuál fue la principal causa de las Guerras Latinas? ¿Cómo cayó Grecia bajo el control de Roma?
  • Según el documental sobre las Guerras Púnicas, ¿cuál fue la primera ciudad de Hispania que conquistó Amilcar Barca? ¿qué general romano y en qué año tomó esta ciudad durante la segunda guerra púnica?
  • ¿Cuáles fueron las consecuencias de la creación de un gran Imperio en torno al Mare Nostrum?
  • ¿Qué fueron los triunviratos? ¿Quiénes los integraron?
  • ¿Por qué algunos senadores conspiraron contra Julio César? 
  • ¿A qué se denomina pax romana

Roma: de los orígenes a la República


Roma logró unificar el mundo antiguo en un gran imperio en el que se integraban tan­to los pueblos de la antigüedad que habían desarrollado una civilización brillante -Grecia, Egipto o Macedonia- como otros muchos pueblos que no habían alcanzado una cultura importante y que pronto asumieron la nueva cultura de los romanos como la Galia, Hispania o Bri­tania, entre otros. 

Los romanos consiguieron la unidad política y cultural del mundo antiguo asumiendo gran parte de los valores de las civilizaciones anteriores y aportando sus valores propios, de forma que en los primeros siglos de nuestra era ya se habían sentado las bases del mundo occidental. 

Dos fueron sus principales aportaciones a la creación de la civilización de Occidente: su lengua, el latín, que dio lugar a una gran parte de las lenguas que hoy se hablan en Europa, las lenguas romances; y el derecho, el desarrollo de leyes escritas, aplicables a todos los ciudadanos del Imperio.

La Monarquía (753 - 509 a.C.)

Según cuenta la leyenda, Roma fue fundada por Rómulo y Remo, dos hermanos descendien­tes del héroe griego Eneas, que llegó a Italia huyendo de la destrucción de Troya, y de Rea Silvia, hija del rey de Alba. Para librarlos de la persecución de su tío, que pretendía arrebatarles el trono de Alba, su madre los depositó en un cesto sobre las aguas del Tíber. Así llegaron al pie de la colina del Palatino, donde una loba los libró de la muerte, amamantándolos, para ser criados posteriormente por unos pasto­res.

La leyenda atribuye a Rómulo la fun­dación de Roma. Éste, siguiendo la tradición etrusca, marcó con un arado condu­cido por un buey blanco, el surco sobre el que se asentarían las murallas de la futura ciudad. Cuando Remo se atrevió a desafiarle traspasando el surco que había trazado, Rómulo le dio muer­te.

Luperca amamantando a los gemelos Rómulo y Remo. 
Según testimonios históricos, a comienzos del siglo VIII, Italia estaba poblada por pueblos diferentes:
  • Los etruscos al norte.
  • Los italiotas (entre los que se incluían los albanos, los sabinos y los latinos) en la Italia central;
  • En el Sur los griegos se habían instalado los griegos en un territorio conocido como la Mag­na Grecia,

A los etruscos se debe la configuración de la ciudad, que en sus orígenes no sería más que una colonia de Alba. La Roma primigenia no pasaría de ser un pueblo de pastores asentado en el Palatino que a lo largo del siglo VIII a. de C. se fueron extendiendo por las siete colinas (Palatino, Capitolio, Quirinal, Aventino, Viminal, Celio y Esquilino). 


Desde sus orígenes, Roma tuvo un sistema político monárquico. Los reyes eran monarcas absolutos, por lo que además de las tareas de gobierno también ejercían las funciones de sumos sacerdotes y jueces supremos. Una asamblea compuesta por los jefes de las principales familias, el Senado, aconsejaba al rey en las principales tareas del gobierno. Los patricios formaban la asamblea de los co­micios curiados, que participaba en las tareas de gobierno, junto al rey

La actividad económica era sobre todo rural, aunque bajo la dominación etrusca también se desarrollaron el comercio (fundamental­mente con los fenicios) y la metalurgia, aprovechando los abundantes recursos metálicos (principalmente plata, hierro y cobre) de la región.

La base de la sociedad etrusca era la familia; las familias que tenían un antepasado común se reunían en gentes (tribus); cada gens podía tener a su vez clientes, es decir, personas so­metidas que prestaban servicios y obediencia a cambio de protección.

La sociedad era muy desigual, y estaba compuesta por los siguientes grupos:

  • Los patricios pertenecían a las familias más poderosas, las que tenían un linaje (gens) que nacía de los primeros pobladores de Roma. Sólo ellos tenían derechos políticos y poseían la mayor parte de las tierras. 
  • Los plebeyos, miembros de la plebe, que ca­recían de todo derecho. Eran libres pero podían convertirse en esclavos por deudas.
  • Los semilibres. Eran los clientes, que trabajaban para los patricios a cambio de sustento, y los libertos, esclavos que habían comprado su libertad o habían sido liberados.
  • Los esclavos eran el escalón más bajo de la sociedad. Se caía en la esclavitud por ser hijo de padres esclavos, por deudas o por ser prisioneros de guerra.



El último rey de Roma fue Tarquino el Soberbio. Extendió el dominio de Roma sobre toda la región del Lacio, pero su despótico gobierno originó el levantamiento de los nobles romanos que, en el año 509 a. de C. lo expulsaron y establecieron la República.

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  • ¿Por qué se considera que con Roma se asentaron las bases de la civilización occidental? ¿Cuáles fueron las dos principales aportaciones de roma? 
  • ¿Cuáles eran las principales instituciones políticas de Roma durante la monarquía? 
  • ¿Qué diferencia había entre los plebeyos y los patricios? 
  • ¿Qué actividades económicas había en Roma durante el período monárquico?

domingo, 7 de diciembre de 2014

El éxodo, ¿realidad o mito?

El mar volverá a separarse una vez más para que Moisés y su pueblo puedan escapar. Ya lo hizo en 1956, en la majestuosa película Los diez mandamientos, dirigida por Cecil B. DeMille, y ahora vuelve a suceder en Éxodo: dioses y reyes, la espectacular versión que el gran Ridley Scott ha realizado del relato bíblico. Y con motivo del estreno de esta película, nos hemos acercado a los prodigiosos hechos que allí se narran. Es cierto que no hay ninguna evidencia histórica de que aquellos sucesos ocurrieran en realidad, por lo que los historiadores los engloban en la categoría de mitos. Pero en los últimos años, algunos investigadores han apuntado que los acontecimientos milagrosos narrados en dicho relato, como las célebres diez plagas, podrían haberse producido sin necesidad de ninguna intervención sobrenatural. Y que, por ejemplo, las aguas del mar sí podrían separarse. Aunque este fenómeno no habría sucedido en el mar Rojo, como siempre hemos creído.


La historia del Éxodo es de sobra conocida. Tras décadas de sufrir la esclavitud en Egipto, los hebreos escaparon en busca de la tierra prometida guiados por Moisés, un líder judío que había sido criado por la hija del faraón. Pero la huida de aquel pueblo cautivo solo fue posible después de que diez terribles plagas enviadas por Yahvé asolaran el país de las pirámides.

Una catástrofe medioambiental
Según el relato bíblico, las aguas del Nilo se convirtieron en sangre; llovieron ranas, las langostas invadieron los campos, los piojos y las úlceras se cebaron en los cuerpos de los egipcios, el país se sumió en las tinieblas y se produjo el exterminio de todos los primogénitos. Pero, ¿sería posible que en la realidad se produjera tal cúmulo de calamidades? Augusto Mori, paleoclimatólogo de la Universidad de Heidelberg, cree que tales plagas serían fenómenos completamente naturales.

El mito asegura que Moisés y los hebreos partieron de la ciudad de Rameses, que tradicionalmente se ha identificado con la villa de Avaris, posteriormente rebautizada como Pi-Ramses. Existen evidencias de que en un momento dado dicha ciudad quedó deshabitada, y Mori está convencido de que este hecho se produjo debido a una serie de cataclismos climáticos y naturales.


Analizando las estalagmitas de algunas cuevas de la zona, ha creado un registro de los patrones del clima en tiempos pasados, lo que le ha permitido descubrir que las altas temperaturas casi secaron el Nilo y redujeron lo que era un río caudaloso a un arroyo de aguas lentas y pantanosas. “Esas condiciones son perfectas para la aparición de Oscillatoria rubescens”, explica Mori, “un alga tóxica que podría haber sido el origen de la primera de las diez calamidades bíblicas: la conversión del agua en sangre”. Y es que el efecto que provoca la presencia de dicho organismo es el de teñir el líquido de rojo.

A partir de ahí, otras de las plagas podrían haberse producido casi como un efecto en cadena. “Posiblemente, la llegada de las algas tóxicas obligó a las ranas a dejar el agua donde vivían”, prosigue Mori. “Al morir los anfibios, mosquitos, moscas y demás insectos se vieron libres de uno de sus depredadores, y se multiplicaron sin control, lo que dio lugar a la segunda, tercera y cuarta plagas.” La multiplicación de los insectos podría ser la causa, a su vez, de la quinta y sexta: las epidemias que exterminaron el ganado, y las úlceras incurables y los parásitos que afectaron a la población. “Por supuesto”, aclara el investigador de Heilderberg, “solo afirmo que en ese contexto creado por la desecación del Nilo esos acontecimientos catastróficos pudieron suceder”.


Para encontrar una explicación probable a las siguientes maldiciones (una atroz lluvia de granizo, la invasión de las langostas y el reinado de la tinieblas), hay que viajar a más de cuatrocientos kilómetros de Egipto. Concretamente, a la isla de Santorini, en el mar Egeo. Allí, en un período comprendido entre 1600 y 1500 a. C., se produjo una colosal erupción volcánica que, según las estimaciones, puede que fuera hasta cuatro veces más potente que la del Krakatoa.

En el Instituto de Física Atmosférica de Alemania han realizado simulaciones por ordenador que indican que la nube de cenizas provocada por la erupción habría llegado hasta Egipto donde, al mezclarse con algún frente tormentoso, podría haber provocado torrenciales lluvias de granizo y bloqueado el paso de la luz solar. Además, según los investigadores alemanes, ese contexto de altas precipitaciones y elevada humedad sobrevenido por la nube de cenizas habría sido un caldo de cultivo idóneo para la aparición de las langostas.


Más complicado resulta encontrar una explicación verosímil a la última de las plagas, precisamente la más terrible de todas: la muerte de todos los primogénitos de Egipto. Aunque Wener Kloas, biólogo del Leibniz-Institute of Freshwater Ecology and Inland Fisheries de Alemania, propone como hipotética causa algún hongo tóxico originado por esa concatenación de cataclismos medioambientales, y que hubiera envenenado el trigo. “Los primogénitos de las familias nobles de Egipto gozaban de varios privilegios; entre ellos, el de comer en primer lugar. De suceder algo así, ellos tendrían más riesgo de intoxicarse”, explica.

Vientos de 100 km/h que pudieron separar las aguas
Pero el episodio más célebre del Éxodo es, sin duda, la apertura de las aguas del mar Rojo, que se separaron milagrosamente para dejar cruzar a Moisés y los hebreos y, luego, volvieron a cerrarse y ahogaron al ejército egipcio que les perseguía. Un estudio realizado en 2010 por Carl Drews, director del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de la Universidad de Colorado, revela que un fenómeno así es perfectamente posible si se dan determinadas condiciones. Aunque no habría ocurrido en el mar Rojo, tal y como cuenta el relato bíblico, sino mucho más al norte, en la desembocadura del delta del Nilo.



En el noroeste de Egipto, lindando con el mar Mediterráneo, se encuentra el lago Manzala. Drews y su equipo han demostrado mediante simulaciones por ordenador que en dicho lugar vientos huracanados de unos 100 kilómetros por hora podrían hacer que las aguas retrocediesen y dejasen abierta una franja de tierra de unos cinco kilómetros de ancho y otros trece de largo, que permanecería así durante unas cuatro o cinco horas, antes de que las aguas volvieran a anegarlo todo. “Por supuesto, esto solo prueba que el fenómeno de la separación de las aguas es posible según las leyes de la física”, explica Drews. Aunque el propio investigador reconoce que habría sido muy complicado para miles de personas avanzar por aquel lugar teniendo en contra un viento huracanado de 100 km/h.

Y es que ninguna de las hipótesis expuestas aquí pretende demostrar que la historia de Moisés sea cierta. De hecho, los historiadores no tienen ningún indicio de que haya sucedido. Tal y como explica el prestigioso arqueólogo Israel Finkesltein: “Según la Biblia, los descendientes de Jacob permanecieron 430 años en Egipto antes de iniciar el éxodo. Los textos sagrados afirman que 600.000 hebreos cruzaron el mar Rojo y que erraron durante cuarenta años por el desierto. Sin embargo, los archivos egipcios, que consignaban todos los acontecimientos administrativos, no conservaron ningún dato de una presencia judía durante más de cuatro siglos en su territorio. Ni siquiera hay rastros dejados por esa gente en sus cuatro décadas de peregrinación”.


Por eso, el paleoclimatólogo Augusto Mori, autor de uno de los estudios mencionados, asegura: “No trato de dar validez al relato bíblico, ni mucho menos. Solamente pretendo demostrar que las célebres plagas podrían haber sido sucesos completamente naturales, sin raíz paranormal ni divina. Por eso, pudieron haber ocurrido. Y si realmente fue así, seguramente se convirtieron en las fuentes que sirvieron de inspiración para crear la leyenda que conocemos sobre Moisés y el Éxodo”.