domingo, 1 de diciembre de 2013

La convocatoria de los Estados Generales

Lejos estaban de imaginar los ciudadanos de parís aquél 4 de mayo de 1789 que estaban asistiendo a la última gran ceremonia del Antiguo Régimen en Francia: la procesión inaugural de los Estados Generales, la asamblea francesa representante de los tres órdenes (Nobleza, Clero y Tercer Estado) que no había recorrido las calles de la capital del reino desde 1614. Rodeado por los grandes oficiales de la corona Luis XVI, con un traje y un manto drapeado en oro y portando en su sombrero “el Regente” -el diamante más grande de aquél entonces- encabezaba una comitiva compuesta por los 1.200 diputados que habían sido llamados a consulta por el rey en julio de 1788 para aprobar las reformas que necesitaba el país, inmerso en una grave crisis económica.


El pueblo de parís aclama al monarca desde el mismo momento que la procesión sale de Notre-Dame, no así a la reina Maria Antonieta, que lo acompañaba ataviada con un vestido de oro y plata. Los franceses nunca la aceptaron. “Madame déficit” y “loba austríaca” eran alguno de los apelativos que dirigían a quien consideraban principal culpable de la bancarrota estatal por su caro nivel de vida y de quien siempre sospecharon que actuaba sirviendo más los intereses de su Austria natal antes que los de Francia. 


En la procesión destacan los representantes del Tercer Estado, vestidos de negro y cubiertos por un manto en negro y oro. Su número supera al de los otros dos órdenes, aunque esta elevada representación todavía quedaba muy lejos del número real que suponían los burgueses, artesanos y campesinos. 

Número total de personas y número de representantes de cada
estamento  en los Estados Generales en la Francia de 1789
Tras atravesar la Place d’Armes la procesión llegó a la iglesia de Saint-Louis. El obispo de Nancy, Monseñor de La Fare, pronunció desde el púlpito un famoso discurso en el que atacó el lujo de la Corte. Sería la primera vez que un obispo recibe una ovación en una Iglesia. 


El día siguiente comienza la sesión de solemne apertura de los Estados Generales. Al contrario de lo que han mostrado algunos gravados posteriores, la sala en la que se reúnen, erigida detrás de los Menudos Placeres de la Avenue de Paris, es minúscula. Rodeado por la Reina y los Príncipes de Sangre, Luís XVI ocupa un trono al fondo de la sala bajo un majestuoso dosel. A su alrededor, en varias filas, se disponen los diputados de los Estados Generales. El rey toma la palabra para dar el discurso inaugural.
Señores, ese día que mi corazón esperaba desde hace tiempo ha llegado por fin, y me veo hoy rodeado de los representantes de la nación, la cual me glorifico en comandar. 
Un largo intervalo había transcurrido desde las últimas sesiones de los Estados Generales, y aunque la convocatoria de esta Asamblea pareciera haber caído en desuso, no he vacilado en restablecer un uso del que el reino puede sacar una fuerza nueva y puede abrir a la nación una nueva fuente de dicha. 

Situación económica de la corona francesa en 1789
La deuda del Estado, ya inmensa a mi subida al trono, se ha acrecentado más bajo mi reinado. Una guerra dispendiosa pero honorable ha sido la causa de ella: el aumento de los impuestos ha sido la consecuencia necesaria y ha hecho más sensible su desigual reparación. 
Una inquietud general, un deseo exagerado de innovaciones se ha apoderado de los espíritus y acabarían por extraviar totalmente las opiniones si no nos apresuramos a fijarlas en una reunión de opiniones sabias y moderadas. 
En esta confianza, Señores, os he reunido y veo con sensibilidad que ya ha sido justificada por las disposiciones que los dos primeros estamentos han mostrado en renunciar a sus privilegios pecuniarios. La esperanza que he concebido de ver a todos los estamentos, unidos en sus sentimientos, concurrir conmigo al bien general del Estado no será traicionada. 
He ordenado ya en los gastos recortes considerables. Vosotros me presentaréis aún a este respecto ideas que recibiré con atención; pero a pesar del recurso que puede ofrecer la economía más severa, temo, Señores, no poder aliviar a mis súbditos tan prontamente como desearía. Pondré bajo vuestros ojos la situación exacta de las finanzas, y cuando las hayáis examinado, estoy seguro de antemano de que me propondréis los medios más eficaces para establecer un orden permanente en ellas y consolidar el crédito público. La gran y salutífera obra que asegurará la felicidad del reino desde dentro y su consideración desde afuera os ocupará esencialmente. 

Los espíritus están agitados. Pero una Asamblea de representantes de la nación ¿no escuchará, sin duda, tan sólo los consejos de la sabiduría y la prudencia? Vosotros mismos habréis juzgado, Señores, que nos hemos apartado de ellas en varias ocasiones recientes; pero el espíritu dominante de vuestras deliberaciones responderá a los sentimientos de una nación generosa y cuyo carácter distintivo ha sido siempre el amor por sus reyes; descartaré cualquier otro recuerdo. 
Conozco la autoridad y el poder de un rey justo en medio de un pueblo fiel y apegado en todo tiempo a los principios de la monarquía; éstos han sido la gloria y el prestigio de Francia; yo debo ser su sostén y lo seré constantemente. 
Pero todo lo que se puede esperar del más tierno interés por el bienestar público, todo lo que se puede pedir a un soberano, el primer amigo de sus pueblos, podéis esperarlo de mis sentimientos.
Al del Rey le siguieron las intervenciones del Ministro de Justicia, Barentin, y Necker, Ministro de Finanzas. El déficit presupuestario se elevaba a más de 56 millones. Sin embargo, no proponen reforma alguna que satisfaga el más que evidente descontento del país, tan sólo piden que se aprueben nuevos impuestos. El Tercer Estado ha visto frustrada las esperanzas que puso en la convocatoria de los Estados Generales y no está dispuesto a que se desaproveche esa única oportunidad de realizar reformas en Francia. Apenas un mes después los representantes del Estado Llano deciden tomar las riendas dando inicio a la revolución francesa.

  • Luis XVI justifica la ruina de la Hacienda pública en una guerra “dispendiosa pero honorable” ¿Qué significa la palabra “dispendiosa”? ¿A qué guerra se refiere? Resúmela brevemente. 
  • ¿Qué medidas afirma Luís XVI haber tomado para solucionar la crisis económica? 
  • Luis XVI era un déspota ilustrado, ¿en qué partes de su discurso refleja esa idea absolutista de que el Rey era como un padre para sus súbditos? ¿En qué frases deja entrever la amenaza que para él suponen las nuevas ideas opuestas a los pilares del Antiguo Régimen?
  • ¿En cuanto se multiplicó el precio del pan entre 1786 y 1789? ¿A qué se debió este aumento?
  • ¿Qué porcentaje de población suponía el Tercer Estado en Francia a finales del XVIII? ¿Y sus representantes en los Estados Generales? 

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